
Mierdaseca, perroflauta, sinvergüenza, aprovechado, maleante, piojoso, Tamayo, Óscar Tamayo si no te importa, escoria, ruina, yonqui, maricón, Tamayo de qué, tú no eres, no puedes ser de mi puta estirpe, no, hace tiempo, vago, delincuente, criminal, asesino, asesino, asesino… Óscar. Todavía hoy, convertido en casi todos los insultos que su padre le dedicaba, recuerda su voz angulosa. Por aquel entonces, sin embargo, aún no había tenido tiempo de darle la razón con los hechos. Quedaba mucho para eso, desde que se escapó de casa hacia el infinito, hasta el puto fin de los tiempos. Entretanto, ¿Cuántas veces se vieron? Pocas, demasiado pocas. Y mal. ¿Quién podía pretender arreglar algo que ya estaba hecho añicos desde el inicio? Solo a su madre podía ocurrírsele: comidas de domingo, vente una tarde, o mejor, un fin de semana y te quedas a dormir. Pero antes te lavas, si no te importa, añadía a continuación su padre, y vuelta a empezar: mierdaseca, perroflauta, sinvergüenza, aprovechado… Óscar era la cruz, y su padre la cara de una misma moneda: Augusto Tamayo, de profesión prócer. Honorable, recto, intachable, devoto, entregado, profesional, respetado, elegante, limpio, bueno, bonito, barato. Y facha como él solo. Puto facha, solía decirle Óscar en el fragor de la batalla. Puto facha de mierda, terminó bautizándolo en sus círculos más cercanos. Marcos, Lucas, Dioni, el viejo Raúl, Aurora. Coro de risas al escuchar su saña, entrechocar de litronas, humo, olor a canutos. Así hasta el amanecer, arreglando el mundo, conspirando como dirían algunos, delinquiendo que diría el puto facha de mierda desde su torre de marfil, noches interminables de fraternidad, solo ellos lo sabían, fraternidad y utopía, al calor de la amistad y el fuego, en mitad de descampados, cobijados en algún inmueble abandonado de los Poblados, fraternidad, puño en alto, todo de todos, nada de nadie, muera el Estado. La vida de verdad debía de ser eso.
Eran buenos tiempos. Entre arenga y arenga, Marcos, Lucas y él solían repartirse los encantos de Aurora de forma más o menos regular, más o menos planificada. El viejo Raúl pasaba: se creía por encima de esas mierdas. Aurora, en cambio, no hacía más que reírse. Parecía hacerle gracia que se la repartieran, se reía incluso mientras el usufructuario de turno se la follaba sobre aquel colchón mugriento. Buenos tiempos, sí. Luego vinieron los problemas, los altercados, la puta policía marcando territorio como perros. Óscar no sabría decir cuántos desalojos vivió, en cuántas trifulcas se metió, salvo la que verdaderamente importa, la única significativa, la que lo cambió todo. Los gritos de Aurora… Todavía resuenan en su cabeza, como los insultos de su padre, y ante sus ojos verdes se estiran a menudo brazos largos como fantasmas, aquellos brazos famélicos apuntando hacia arriba, suplicando mientras el cuerpecillo sucumbía bajo los golpes de las porras. Era una mañana blanca y siniestra. Esa noche había sido el turno de Óscar. Luego, nada más que su sangre seca en la bandera que Raúl rescató del desalojo; nunca más su cuerpo pálido de silbido calentándose a sacudidas, su cuerpo lastimoso cabalgando desnudo sobre los sueños. Solo sangre seca y un grito permanente, interminable.
La culpa es vuestra. Traicioneros, cobardes, descarados, pordioseros, desagradecidos. Soñar con otro mundo sin permiso es poco menos que traicionar a la patria, es ignorar los deberes y responsabilidades de todo ciudadano cabal, la deuda de honor que tenemos para con nuestro país y nuestra historia… Habla Augusto Tamayo. Mientras salen de comisaría, Óscar prefiere no mirarlo. Pobre niño malcriado, siempre dependiendo de papá para que lo saque de apuros. El viejo Raúl tan incisivo como de costumbre. Parece que lo esté escuchando. Otro lío, al que sigue otro intento de reconciliación madre mediante, para culminar, cómo no, en otro desencuentro. El ciclo concluye y vuelve a comenzar, pero hay cada vez más rabia, más desencanto: la patria es asesina, lo que tú llamas deberes y responsabilidades no son más que cadenas para perros obedientes. Como tú, papá. Perro obediente al servicio de tu puto Estado de mierda, te das la gran vida mientras te limpias las babas en tu adorada bandera, ese símbolo caduco de esclavitud bajo el que tantos hijos de puta medran y se aprovechan y se hartan. Como tú, papá. Sois todos pasado a extinguir. Sobre vuestras tumbas construiremos un mundo nuevo, y no quedará rastro de vosotros, ni un puto hueco en esa historia a la que te debes.
Madre no pudo hacer nada. Aquella fue la última vez que Óscar vio a su padre: murió de un infarto pocos meses después. La tumba estaba dispuesta, solo hacía falta edificar encima. Al entierro acudieron elementos de traje y corbata, altas esferas, dignatarios. Era de esperar. Óscar y unos cuantos más los estaban aguardando a la entrada del cementerio, y los recibieron a pedradas. Algunos acabaron malheridos. Tuvo que intervenir la policía, tarde y mal, como de costumbre. La madre de Óscar se salvó por poco. Su voz estridente, ese grito angustioso al descubrir que su hijo estaba involucrado en acto tan deleznable como aquel, es otra de las voces que Óscar sigue oyendo de cuando en cuando en su cabeza, alzándose por encima de los árboles hacia el cielo gris. No hay respeto, no. Ni por los muertos. No hay nada. Malnacido, desgraciado, ruina, peste, basura. Los insultos de aquella mañana se entremezclan con los insultos furiosos del puto facha de mierda, los insultos de toda una vida; también con el grito postrero de Aurora, Aurora apaleada, Aurora que no existe más, y con tantas y tantas consignas más o menos convincentes aprendidas de prisa y corriendo con el paso de los años: rebelión, alzamiento, nuevo orden, confrontación. No más fraternidad. No más perdón. Arrasemos con todo.
Aquí y ahora. Arrasemos con todo. Óscar y los suyos se enzarzan a golpes con un grupo de ultras durante una manifestación. Vuelan piedras y botellas, se prenden fuego a varios contenedores. De fondo se oyen disparos. La policía se aproxima, no dudará en emplear la fuerza, como de costumbre. Puta policía. Tarde y mal. El viejo Raúl y Dioni se debaten con cuatro ultras, medio acorralados a la entrada de un callejón, en tanto cerca de allí Óscar empuja uno de los contenedores en llamas contra otro grupúsculo. Es en ese momento, pura rabia, cuando se percata de los apuros por los que están pasando sus dos compañeros. El ruido del tumulto es ensordecedor, se oyen disparos, gritos, alarmas, sirenas. Óscar mira a un lado y a otro, saca del bolsillo una navaja y se dirige con paso firme hacia la entrada del callejón. Mierdaseca, perroflauta, sinvergüenza, aprovechado. ¿Cómo has acabado así? El humo le irrita los ojos verdes, las sirenas se le clavan en las sienes. Sangre seca en una bandera, brazos como fantasmas alargados, un grito al alba, permanente, interminable. Óscar no vacila ni un instante, llega al callejón y le clava la navaja a uno de los ultras que acechan al viejo Raúl. Un crujido confuso de ropa y carne. La hoja se hunde a la altura de los riñones. No hay respeto ni por los muertos. Malnacido, desgraciado, ruina. El tipo se da la vuelta, tembloroso, los ojos desorbitados de dolor. Óscar vuelve a hundir la navaja en el cuerpo blando. Una, dos, tres veces. Delincuente, criminal, asesino… Asesino, asesino…
Asesino.
Ahora sí, papá. Ya puedes estar más orgulloso si cabe de tus palabras.
Asesino.
El tipo cae de bruces en el suelo. Los otros ultras, alertados por la inminente llegada de la policía, empiezan a dispersarse a la carrera. Óscar mira a Raúl con ojos ausentes y, tras sonreír ligeramente, se echa a correr calle abajo. A su espalda, entretanto, suenan las sirenas de la policía, las alarmas, los gritos y los disparos. En su cabeza, sin embargo, reina por una vez el silencio. Un silencio denso, casi placentero.
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Buenísimo, Juan Manuel. Un texto con mucha fuerza y muy bien descrita esa incomprensión mutua y esa radicalidad tanto del padre como del hijo.
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¡Gracias Mayte! Óscar fue siempre un personaje complicadillo…
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Humanos… Cuesta imaginar cómo hemos llegado tan lejos.
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Tus letras salpican intensidad… Felicitaciones
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Muchas gracias 😊
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Madre mía, la de insultos que han cabido en tu relato, (por cierto muy bueno). Un placer leerte. Abrazos
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Alguno más podría haber caído 🤣… Me alegro de que te haya gustado. ¡Gracias por leerme!
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