
A los «cuñados» del mundo, sabios de barra de bar, filantrópicos dispensadores de lemas, axiomas, sentencias, advertencias, reconvenciones, experiencias, lecciones de vida, tips, must, of course, palmeros de una realidad amoldada a las mentiras que ellos mismos fabrican y acaban creyendo, manipuladores de cubata en mano y de cambiantes principios, valientes de boca estrecha que se aplican aquello de «consejos vendo que para mí no tengo», cagarros de ombligo cobarde e hipertrofiado, que tiran la piedra y enseguida, como debe ser, esconden la mano.
A todas esas personas, remiendos de, sucedáneos, que alimentan mi paranoia, que me miran de soslayo con ojos muy abiertos y pavorosa media sonrisa, murmurando, rumiando juicios sin duda exóticos, acaso escandalizados de ver cómo un gusano como yo, un ser insulso y alejado del postureo que la mayoría adoptó hace tiempo como seña de identidad, sin tattoos ni piercings ni ningún anglicismo destacable, se atreve a hacer barbaridades tales como respirar o pasearse por ahí de la mano de su pareja, viajar o cenar sin lucimiento en restaurantes que valgan (o no) la pena: vivir en definitiva, vivir sin aderezos, despreciándolos a todos tanto como ellos me desprecian.
A las autoridades locales de zonas de veraneo, copadas de hoteles constelados a pie de playa, que fomentan un turismo salvaje y masificado sin el aporte necesario de infraestructuras y facilidades, más allá de dos camas individuales (nunca más una de matrimonio) y rancho en serie de cuartel, sin plazas de aparcamiento suficientes aparte de las correspondientes a zona azul, sin acceso libre o al menos gratuito a playas e incluso poblaciones, sin un triste palmo de arena en la que poder colocar una toalla, ni un trozo de mar abierto y azul en donde poder bañarnos alejados de los barcos de quienes con su dinero fomentan la discriminación de la mayoría; a esas autoridades complacientes que ponen la mano, que construyen hotel sobre hotel, que ningunean a la población residente y privatizan de forma sibilina espacios públicos que deberían pertenecernos a todos por igual, haciendo mientras tanto, como cada verano, un llamamiento a descubrir las maravillas y comodidades de sus complejos turísticos: Cochiquera-Beach, Drunk-Guiri-Park, Pay-To-Breathe, ciudad de vacaciones.
A esos empresarios hosteleros (ellos sabrán seguro darse por aludidos), advenedizos en su mayoría, desprofesionalizados y contaminantes, sacrificados propietarios lo mismo de chiringuitos cutres que de establecimientos cuyo nombre comienza por el prefijo «gastro», pretenciosos, huecos, de soberbios modales, de ridículos turnos y horarios, de comida de mierda vomitada para turistas amantes de la «pael-la» y la «sangruía», de camareros explotados que se limitan a recoger platos doce horas al día, siete días a la semana, y no pueden tomarte nota ni de una triste bebida; a esos empresarios, dicho así con pompa y boato, que olvidaron la satisfacción del cliente en exclusivo beneficio de sus miserables y agujereados bolsillos, como también olvidaron, y quizás más les valdría recordar, que no hace tanto lloriqueaban por los efectos devastadores de la pandemia sobre su escasa iniciativa.
Y hablando de pandemias… Esto va dedicado por igual a aquellos profesionales de la medicina (también ellos sabrán darse por aludidos) a los que se les subió de más a la cabeza eso de «héroes con bata» y los aplausos desde los balcones, que siguen viviendo del sacrificio y del mérito de otros mientras desprecian a sus pacientes y maltratan sistemáticamente a los familiares de estos, encogiéndose de hombros, brindando vagos diagnósticos como si siguiéramos viviendo en la Edad Media, mostrándose displicentes y arrogantes, lavándose sus asépticas manos y conciencias al tiempo que se convierten paulatinamente en meros teleoperadores, ávidos todavía de un reconocimiento que (no, señores) no merecen.
A todos, como de costumbre, gracias. Gracias por el por culo infinito que habéis dado, de un modo u otro, durante mis vacaciones de verano. Ya pensaba que no tendría nada sobre lo que escribir a la vuelta.