
El ídolo escupe su basura a través de la pantalla. Se muestra, como siempre, seguro. Tiene empaque, aplomo, vehemencia, sabe lo que se dice. Nunca vacila, cree sus propias mentiras. No en vano son años de práctica, años de convencimiento en su particular versión de los hechos, años humillando, vejando, hundiendo a todo aquel que se atreve a llevarle la contraria. El ídolo es implacable, íntegro, defiende LA VERDAD, todo lo hace por LA VERDAD, la que nadie te cuenta, dice, la que todos temen, afirma, la que te hará libre, concluye. LA VERDAD.
El fan absorbe cada gesto, cada palabra, cada pose. El ídolo le muestra el camino, marca la pauta, le ofrece LA VERDAD en bandeja de plata, LA VERDAD nada menos. ¿Cómo resistirse? El fan se nutre de expectativas, alimenta esperanzas, se desprende de viejos miedos, se acepta (al fin) a sí mismo a condición de ser solo como el ídolo consentiría que fuera, el fan, en definitiva, se amolda, transige, se adecúa al discurso sesgado proferido del otro lado de la pantalla, el discurso machacón cuajado de reiteraciones efectistas, todo sea por poner de relieve, cómo no, LA VERDAD, LA VERDAD que nadie más ofrece, LA VERDAD oculta tras los intereses de unos pocos, minorías, lobbies, conspiradores, todos esos indeseables que quieren apartarte de tu propia felicidad. Es así, pretenciosamente adornado, barroco y perfecto, como el discurso sesgado se embrolla más y más, revistiéndose poco a poco de épica, de mesianismo, de movimiento de salvación, salvación del fan que abrazó sin condiciones el mensaje, salvación de esa parte de humanidad que está dispuesta a ser salvada, salvación, SALVACIÓN Y VERDAD.
El fan se disuelve así en el rebaño, acaso salvado de sí mismo, de su peligrosa capacidad para, llegada la ocasión, pensar por cuenta propia. Su ombligo se borra en un mar de entes de laboratorio. Se cree auténtico y honesto, pero es solo una copia vulgar de mala educación y despotismo.
El ídolo brinda entretanto, brinda y ríe junto a otros ídolos. A salvo (ahora sí) de pantallas indiscretas, a costa del rebaño, bien apoltronado. A veces todavía sigue creyéndose un Elegido.
Es una historia conocida. Sucede en muchos ámbitos. Hace poco menos de cien años los nazis dispusieron de la maquinaria propagandística necesaria para difundir su doctrina. Hoy en día, en cambio, cualquier tipo antaño considerado como el tonto del pueblo, ese pobre diablo ignorado al que (afortunadamente) se le hacía el mismo caso que al sonido de la lluvia y que permanecía aislado en su particular entorno, puede conectar con otros muchos tontos del pueblo para así esparcir su mierda impunemente. Solo hace falta una pantalla y un poco de suerte.
Inconvenientes de la era de la comunicación.