
Tiburcio, hijo no deseado de Facundo y Proserpina, es abandonado debajo de un puente una fría noche de enero. Tiburcio crece en un albergue albergando rencor y odio en su pecho asmático hasta que cumple los dieciocho años. Emprende entonces una búsqueda implacable de los que fueron sus padres, Facundo y Proserpina, que a esas alturas ya han fallecido en el hundimiento de un crucero por el Mediterráneo. Pero Tiburcio no lo sabe, y en su búsqueda desesperada olvida sus raíces albergadas y a su gran amor de adolescencia, Críspula, compañera de albergue de enigmática mirada estrábica. Las pupilas remotas de Críspula se inundan de lágrimas cuando el tiempo y la distancia convierten a Tiburcio en un recuerdo de color sepia. Críspula, sin embargo, prospera y se casa con Próspero, multimillonario a quien conoce una tarde en la bolera (el muchacho pasaba por allí). Pero es que resulta que Próspero, aparte de multimillonario y aficionado a los bolos, es el hermano ignoto de Tiburcio, a quien, por cierto, y por mucha pasta que tenga el otro, Críspula no llega a olvidar nunca.
Tiburcio reaparece años después, guiado en su búsqueda psicopática por una pitonisa canastera que le conduce a Próspero como único vínculo familiar todavía visitable. Tiburcio esputa una maldición cuando descubre que Críspula es la esposa de su hermano, y Críspula cree desfallecer cuando ve reaparecer a su amor perdido. Próspero, ajeno a todo, alberga a Tiburcio en su hogar, calmando así las ansias homicidas de su nuevo pariente y sintiéndose mejor persona. Pero Tiburcio, envidioso de la opulencia en que vive su recién hallado hermano, y creyéndose legítimo dueño de todo lo que posee Próspero, inicia una relación secreta con Críspula y de paso con la criada ecuatoriana de Próspero, de nombre Odalís, sin que nadie en la casa sepa de la existencia colateral de ambos romances.
La venganza y apetito sexual de Tiburcio no tienen fin, y tras mucho fornicio deja embarazadas a Críspula y Odalís para asombro del confiado Próspero, que se creía estéril hasta que se obró tal milagro, por lo que decide denunciar y encarcelar, por daños morales y psíquicos, al médico que le diagnosticó tan evidente disparate. El período de gestación de ambas mujeres culmina con el nacimiento de dos lindos niños, Tácito y Amaury, hijos respectivos de Críspula y Odalís, ambos del malvado Tiburcio. Próspero no cabe en sí de dicha y en un rocambolesco sinsentido nombra a Tiburcio padrino de Tácito, mientras que insiste a Odalís para que traiga a comer un día al supuesto padre de Amaury, un conductor de grúas boliviano llamado Wilfredo, fruto de la enajenada invención de Odalís, que no se atreve a confesar la verdad.
Por su parte, Críspula ve mermada su salud a consecuencia del parto y los remordimientos. Cae gravemente enferma y pide a Tiburcio que le cuente la verdad a su hermano, porque ella es muy decente y no puede vivir con la culpa. Tiburcio desoye sus ruegos y, henchido de maldad, confiesa a Críspula su relación con Odalís, quien sin querer ha escuchado toda la conversación mientras, como cada martes a eso de las dos, limpiaba el polvo de la habitación contigua. Críspula no lo soporta y fallece en medio de un inmenso dolor de ojos y un gran charco de lágrimas. Próspero cree morir la lúgubre mañana que entierran a su esposa, con el único apoyo de su hermano y un hijo al que tendrá que sacar adelante solo.
Es entonces cuando Odalís, atacada de los nervios, decide tirar de la manta. Le cuenta a Próspero su historia con Tiburcio, la consecuente paternidad de Amaury, la conversación de su hermano con Críspula en su lecho de muerte, y la más que probable paternidad de Tácito, todo de golpe. Próspero, ante tanta crueldad, sufre un infarto agudo de miocardio y muere echando espumarajos por la boca. Tiburcio, como hermano de Próspero y padrino de su hijo Tácito, se convierte en el dueño de la fortuna familiar y desposa a Odalís, en señal de agradecimiento por haber liquidado a Próspero con su arrebato de extrema sinceridad.
Pero Odalís no es feliz con su nuevo estatus social. Los remordimientos y la convicción de que, a pesar de todo, Tiburcio amaba realmente a Críspula, hacen de su matrimonio un infierno. Tiburcio mientras tanto se vuelca en la educación de Tácito y Amaury, atento en todo momento de que no les falte el cariño que él no tuvo en su desdichada infancia, y desatiende las necesidades de Odalís. Pronto, las escenas de histeria y paranoia que esta protagoniza en los eventos sociales terminan con la paciencia de Tiburcio, que decide acabar con ella, convencido de que otro crimen a sus espaldas no supondrá una carga demasiado pesada a esas alturas. Así una noche, durante una fuerte discusión, Tiburcio arroja a Odalís por las escaleras de casa en presencia de Amaury, que pasaba por allí camino del baño. El pequeño queda traumatizado y con la semilla de la venganza tan propia de la familia alojada en su interior, creciendo más y más con el paso de los años (él y la semilla).
Tiburcio envejece perseguido por los recuerdos del pasado, que le atormentan cada noche antes de dormir. El discurrir de los años hace mella en su salud y en la de su hijo Tácito, que hereda los problemas respiratorios de su padre y fallece de una neumonía sin pena ni gloria. Por su parte, Amaury crece desarraigado y aguardando el momento de cumplir su plan de venganza. Pero Tiburcio, conocedor del odio que siente su hijo, por ser el mismo que le ha acompañado a él durante toda su vida, se adelanta a los acontecimientos y en un ataque de locura difícil de explicar (como si todo lo demás sí tuviera explicación) quema la mansión familiar mientras el incauto Amaury duerme para nunca más despertar. La policía, más tarde que pronto, abre una investigación de los hechos y condena a Tiburcio a pasar el resto de sus días en un centro psiquiátrico, donde finalmente muere a los setenta y tres años presa del pánico, esputando y espantando con las manos los fantasmas de todas las personas, no pocas, que sucumbieron víctimas de su maldad.
Fin. Música arrebatada y setecientos cuarenta y ocho capítulos disponibles en streaming.