
Al principio llega como un soplo de aire fresco, una mañana limpia, cristalina, en la que todo parece estar aún por estrenar. La luz del sol se filtra por las calles húmedas, delatando partículas invisibles en suspensión; arriba, pedazos de cielo azul eléctrico combinan y se alternan con tejados, aleros y ropa tendida, un colorido rompecabezas surcado intermitentemente por pájaros blancos. Cunde un silencio de ausencias, quebrado tan solo por el ronquido áspero de un motor a lo lejos, el ladrido hueco de un perro, el gorgoteo perezoso del agua en las fuentes, ajena al paso fugaz del tiempo. Por las amplias avenidas, por las estrechas calles del centro, por los barrios descuidados de la periferia, allá donde se mire apenas se puede encontrar gente a esas horas: acaso dos o tres rezagados en cuyos trajes se adivinan los estragos de la noche, una pareja que se demora al cobijo de un portal, un tipo que barre con desidia las aceras. Es normal. El mundo duerme su borrachera, sueña viejas promesas por cumplir, compromisos renovados al calor de un brindis. El mundo, ahora, es un lienzo en blanco.
Será esta la obra más original que pueda plasmarse, trazada con mano maestra por nuestra nueva determinación. Cualquier propósito adquiere la categoría de arte. Vida nueva, arte nuevo. Cualquier intención es puesta en valor, con independencia de su valor verdadero. Si te esfuerzas, lo consigues. Si sueñas, se cumple. Autoayuda. La alineación de los astros siempre hizo mucho daño. Una cosa es la intención, y otra muy distinta nuestra destreza. Aun así nos empeñamos, porque es nuestra naturaleza, nos empeñamos, nos enmendamos, corregimos, reculamos y al final, dependiendo del éxito, nos conformamos, celebramos o, simplemente, renunciamos. Vida a secas. La limpia mañana de utopías va así corrompiéndose poco a poco, la realidad se impone, dibujándose a trazos bastos, apenas una caricatura del sueño que soñamos, una mala réplica de viejas obras de arte que, puestas en manos más diestras, corrieron mejor suerte y se hicieron merecedoras de un lugar en la posteridad, modelo de inspiración ante el cual palidecen y zozobran y se olvidan tantos y tantos intentos de copia. Pobres vidas, pobres vidas queriendo ser vida.
Corren así los años, más rápidos cuanto más viejas se hacen nuestras aspiraciones. Y pese a todo, pese a nuestra inconstancia, nuestra obcecación, nuestra larga lista de pequeños grandes fracasos plasmados en el lienzo en blanco, seguimos manteniendo intacta la ilusión. Acaso sea esa la mejor de nuestras obras. Ilusión más que vida. Este año fue solo un borrador, un bosquejo improvisado de lo que está por venir. Necesitamos convencernos, porque solo cuando nos rendimos para siempre comienza la hora de la muerte, y los colores se tornan oscuros, y nuestra obra queda inconclusa. Por eso nos convencemos, una vez más, la última, esta sí que sí. Quitamos así el lienzo arruinado del caballete, nos reinventamos con más o menos fe, avergonzados de esa ilusión infantil que nos sigue impulsando, colocamos un lienzo nuevo frente a nosotros y contemplamos, copa en alto, brindemos por todo lo bueno que hay en este mundo, besos, abrazos, esperanza, contemplamos las inmensas posibilidades que nos depara el enésimo ciclo de nuestras vidas, ese deseo que nos palpita en la punta creadora de nuestros dedos torpes.
Hoy es el principio de todo, decimos entonces. Hoy es el día. Al principio llega como un soplo de aire fresco, una mañana limpia, cristalina, en la que todo parece estar aún por estrenar.
Año nuevo.
La realidad es siempre una oportunidad. Más que grandes palabras, necesarias.
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