Recojo tus esperanzas en el seno cálido del propósito, las chispas brillantes que asoman a tus ojos, la ilusión, ilusión prefiero llamarlo, de niña inocente, de mañana puede que el mundo que habitamos sea distinto, menos miserable, más acogedor, la ilusión primitiva del ser vivo atenazando mi garganta, anudándome el estómago, lágrimas que se derraman, trémulas, sonrisas nerviosas de pura y dura sorpresa, recojo tus ilusiones así, tus esperanzas, las hago mías por ser intransferiblemente tuyas, me pertenecen por proceder del fondo de tu corazón, por ser inquebrantables aun en el mayor desaliento y tener la capacidad de regenerarse cada mañana, son nuestras, nuestras ilusiones a prueba de balas, así las cuidamos, así las protegemos, entre los dos, algunos días descansando en precario equilibrio sobre los hombros de uno solo, otros radiantes, de paseo por las calles de otoño de ciudades lejanas, resguardadas del frío, la boca abierta al sol en una mueca de alegría perentoria, nudo invisible del abrazo, centro geométrico del beso, poder magnético que une nuestras manos, también nuestras ilusiones merecen el respiro, también requieren del paréntesis de cuando en cuando olvidado, aplazado, postergado por pandemias y obligaciones y desidia, necesitan de nosotros para mantenerse vivas, es en nosotros donde viven, en el seno cálido del propósito, en la rabia incontenible de la existencia misma, en el mundo de mierda que habitamos y que a veces se pone bonito para nosotros, un rayito de luz, una soplo fresco de aire en los rostros, evocando las cándidas ilusiones, llamémoslas así, ilusiones de niños inocentes, ilusión de levantarnos cada día sabiendo que seguimos queriéndonos, que vivimos pese a todo, que nos protegemos, que yo te cuido y tú me cuidas, como un ser indivisible hecho de ternuras.