
«La verdad sobre el caso Savolta», de Eduardo Mendoza. Editorial Seix Barral.
Recuerdo la tarde que compré este libro. Librería Luces, cuando todavía estaba junto a la Antigua Casa de Guardia. Era la época de la universidad, y yo no había leído nada de Eduardo Mendoza. Ni siquiera lo conocía. O quizás sí, quizás había leído ya «La ciudad de los prodigios». No sé… El caso es que comprarlo fue un acto de resistencia contra la posiblidad de irme de vacío. La sinopsis también ayudó: «Joder, si la mitad de lo que pone aquí es verdad, el libro tiene que ser la hostia». Eso dijo Ángel cuando se lo enseñé. Habíamos quedado para beber y fumar. Él tampoco conocía al susodicho, pero tenía razón: si lo que la sinopsis prometía era cierto, si toda esa mezcolanza de géneros, tramas y estilos estaba medianamente bien hilvanada, el libro tenía que ser cojonudo.
Recuerdo una mañana, muchos años después, regresando de Madrid en el tren. Volvía a leer la novela. Edición de Nuria Plaza para Crítica. Era una mañana gris, y a Pere Parells se le complicaban algunos asuntos. Nemesio Cabra Gómez seguía haciéndome sonreír, y, a la vez que sonreía, me comía la envidia por no ser capaz de crear un personaje así («Seguramente también le pasará a Ruiz Zafón», pensé). Entretanto, el comisario Flores a por uvas, y Javier Miranda… ¿pero a quién la importa Javier Miranda? Lepprince, ese sí que interesa, el muy cabrón. Para gustos colores. Flow no casa con ninguno. En aquella época él ya renegaba de este libro, y hoy pues igual. Creo que Ángel nunca lo leyó. La sinopsis no debió de cautivarlo tanto.
Pero a mí sí. Mucho. «La verdad sobre el caso Savolta» es uno de esos libros que me ha acompañado durante gran parte de mi vida, y al que sé que regresaré. También de los primeros que deseé haber escrito. Todavía hoy me habría gustado. Era verdad lo que prometía la sinopsis: collage de estilos, mezcla de géneros, complejidad narrativa al servicio del entretenimiento. No tuvo que ser un libro fácil de escribir. Y aun así no se nota, porque es, además, rabiosamente divertido. Una fiesta a la que volveré a autoinvitarme. Algún día.