
«Los gozos y las sombras», de Gonzalo Torrente Ballester, edición íntegra de Alfaguara.
Considerada como una de las obras maestras de la literatura española del siglo XX, mi acercamiento a esta novela inmensa se produjo de forma paulatina, dadas las facilidades ofrecidas por la división de la obra en tres partes. Lo primero que llama la atención de la novela, por muy perogrullesco que pueda parecer, es lo bien escrita que está, en un estilo sencillo, que no superfluo, que hace de su lectura algo más accesible de lo que a priori podría sugerir su envergadura.
Otro gran punto a favor de la novela es la certera caracterización de cada uno de los personajes, tan bien definidos, tan profundamente desarrollados, que uno no puede evitar sentir cierta familiaridad, como si, página tras página, la vida de Pueblanueva del Conde y sus habitantes fuera tocándonos cada vez más de cerca, y llegara un punto en que los conociéramos tanto que no nos sorprendieran sus decisiones.
En lo que respecta a la trama, es el conflicto enquistado entre los Churruchaos y los Salgado, como estilos distintos de una aristocracia igualmente rancia, el que sirve de telón de fondo para dibujar una época, la de los años previos a la guerra civil, particularmente dura en lugares como los que Pueblanueva pretende emular, villas marineras de la costa gallega en las que los destinos de sus habitantes venían dictados por el antojo de unos pocos. Pero es sin duda la inmensa galería de personajes que deambulan por la novela, con sus pequeñas alegrías y sus grandes desgracias, sus incertidumbres y sus vergüenzas, tan maravillosamente retratados todos ellos, la que aporta mayor riqueza al conjunto, más allá de esa trama principal que se desliza suave y pausadamente a lo largo de las tres partes, material más que de sobra para terminar cogiéndole cierto asquillo al indeciso de Carlos Deza…
Como curiosidad, la novela alcanzó su popularidad muchos años después de ser publicada, a raíz de la serie de televisión protagonizada por Charo López, Eusebio Poncela y Carlos Larrañaga, también muy recomendable.