
«Cuentos macabros», de Edgar Allan Poe, volúmenes I y II. Edición ilustrada por Benjamin Lacombe.
Hablar de Edgar Allan Poe es hablar de una parte importante de mi vida como lector. Siendo adolescente devoré los dos volúmenes de cuentos de Alianza Editorial traducidos por Julio Cortázar, y desde entonces han seguido acompañándome en diversos momentos de mi vida y en muy distintos formatos, como el que se puede ver en la fotografía, sin duda uno de los más bonitos.
En los relatos de Poe, de estilo tan tormentoso como refinado, conviven en igualdad de condiciones dosis generosas de truculencia (véanse los conocidos «Berenice», «La caída de la casa Usher» o «La verdad sobre el caso del señor Valdemar», por citar solo algunos de los más recordados) y una originalidad a veces no estimada en su justa medida (se me vienen a la cabeza, por ejemplo, «El hombre de la multitud», «La isla del hada» o «Sombra»). Por no hablar, claro está, del género detectivesco al que dio inicio con su Monsieur Dupin o el hermoso lirismo de algunos cuentos como «Eleonora» o «Silencio»… Todas estas cosas, y muchas más que mi condición de literato de chichinabo no me permitirá seguramente apreciar como debiera, hacen de Poe una de las figuras más importantes de un género, el del cuento, al que le tengo especial cariño.
Lástima que ya no seamos capaces de estremecernos con estos relatos como lo hacían allá por el siglo XIX. Aunque bueno, por fortuna siempre habrá gente dispuesta a dejarse asustar por las formas más básicas y puras del terror… La persona que me regaló estos dos volúmenes es un buen ejemplo 🙂
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