Ciudad de las altas torres (geografía 3)

Sobrevuelas, planeas los contornos del sueño, por encima de la plaza de mármol que se adentra en el mar, a los pies del templo de los libros, columnas alzándose al cielo del que desciendes, limpio cielo azul de mañanas de sol. Te posas en medio de la plaza, entre palomas y gatos, sombras blancas que van y que vienen, despreocupadas, te detienes y escuchas el rugido del mar, escuchas y respiras, pulmones henchidos de espuma y sal, respiras, y lo que respiras se parece a eso que llaman libertad, estado transitorio de memoria en blanco, paz, tiempo que juega a favor. Felicidad.

¿Cómo fue que perdiste todo aquello?

La ciudad de las altas torres se eleva desde la plaza de mármol, arriba, arriba, adentrándose en parajes más umbríos, calles estrechas que caracolean a espaldas del templo, edificios que se retrepan, unos sobre otros, amontonados, hacinados por sobre antenas y techos pardos de casitas viejas, arriba, arriba, allá donde el orden y la paz y la libertad y el tiempo dejan de jugar a favor, arriba, conforme te alejas caminando de la plaza, un paso, luego otro, entonces no hay vuelta atrás, te adentras en el laberinto del sueño, diciendo adiós sin mover los labios, adiós sin querer, adiós a las perezosas mañanas de sol, adiós a las sombras blancas, despedidas azarosas, al rumor del mar, adiós a la sal golpeándote el rostro. Hacia allí te diriges. A la ciudad de las altas torres.

Un mal paso. Tan sencillo como eso.

Tomaste el tren de metal que asciende entre edificios cenicientos. Abajo el rumor del agua se confundía a ráfagas con el ajetreo de la ciudad. Arriba, delante de tus ojos, las sombras se cernían sobre los límites curvados de la geografía de tu mente. No tardaste en descubrir que las altas torres estaban huecas. Solo sombra, sombra y podredumbre. Ahora ya es tarde. El cielo azul no brilla más entre sus cúpulas, ni oyes el graznido de las gaviotas. El tren se pierde en túneles transitados por criaturas lastimosas de ojos ciegos, te conduce a cámaras estancas como balcones colgantes sobre pozos de oscuridad, algunas vacías, otras atestadas de humanidad, libando su pena en barras húmedas y desatendidas, haciendo como quien vive, pero sin vivir, lejos de la luz, lejos del mar, lejos de la libertad. El mal de muchos no es consuelo para la soledad. Así dais en demorar la vida.

Sintiendo, lamentando el vértigo de los días.

Ahora eres una criatura más, lastimosa criatura de ojos ciegos que no puede ver ni decidir sobre su propio destino, allá arriba, perdida en el laberinto de túneles y edificios y cámaras estancas. Abajo te espera la libertad, lo sabes, la plaza de mármol frente al templo de los libros, a orillas de un mar desbocado que rompe en gotas de espuma al sol del mediodía. Lo recuerdas, lo añoras, pero olvidaste el camino de vuelta. No hay trenes de regreso, ni flechas que te conduzcan a casa. Un paso, luego otro. Solo te queda despertar, despertar o soñar un sueño distinto, acaso volver al principio de la pesadilla, cuando planeabas plácido desde el cielo, o quizás, quién sabe, volver a aprender a volar.

Somos esclavos de nuestras decisiones.

3 comentarios en “Ciudad de las altas torres (geografía 3)

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