De ratones y hombres

«De ratones y hombres», de John Steinbeck. Ilustrado por Rébecca Dautremer. Editorial Edelvives.

Steinbeck ya estaba ahí durante la época oscura. Cuando no leía y me limitaba a estar en vez de ser. Madrid, tiempos oscuros. Ya escribí bastante sobre esa etapa y sobre cómo el reencuentro con la lectura ayudó a reorientar mis pasos, o, más bien, a darles un propósito. Leer fue la causa, escribir el efecto. Y Steinbeck estuvo ahí durante el proceso. «Al este del Edén» me introdujo en su prosa limpia, funcional y, pese a ello, conmovedora; «Las uvas de la ira», otra novela magistral, me reafirmó sin embargo en esa querencia mía, dentro de la obra de un determinado autor, por aquellas novelas que quedan en cierto modo ensombrecidas por otras consideradas como capitales: la trágica historia de los Trask, sometidos a la perversidad de ese personaje antológico que es Cathy, me llegó más hondo que la no menos dramática historia de Tom Joad y los suyos en pos de un futuro mejor. Algo parecido a lo que me sucede, por ejemplo, con «Los hermanos Karamázov» y «Crimen y castigo». Para gustos, colores.

Steinbeck, por tanto ya estaba ahí, y los gratos recuerdos de la lectura de estas dos novelas parecían colmar sobradamente mis expectativas sobre este autor. No podía pensar que el golpe mayor estuviera aún por llegar. Muchos, muchos años después. Cuando la vida vieja en Madrid era historia y la vida nueva en Málaga ya había tenido ocasión de reivindicarse lo suficiente como para no ser cuestionada jamás. Maite tiene la costumbre de regalarme, además de todos los discos que el prolífico Nick Cave publica bajo sus diversas formas artísticas, libros preciosos que pasan a ocupar por derecho propio un lugar privilegiado en mi librería: «Relatos macabros» de Poe, «Informe sobre ciegos» de Sabato, «Memorias del subsuelo» de Dostoievski, todos ellos en ediciones maravillosamente ilustradas, por no hablar de las versiones manga de «Anna Karénina» y «Crimen y castigo»… El caso es que, fiel a esta encantadora costumbre, hace un año me regaló esta edición de «De ratones y hombres» que aquí nos ocupa, ilustrada de manera soberbia por Rébecca Dautremer. Un verdadero tesoro que, sin alterar un ápice la feliz tradición de regalarnos libros especiales, conecta además con ese pasado más o menos inmediato del que proceden mis experiencias previas con Steinbeck, hasta el punto de marcar algo así como un punto de reconciliación con ese pasado tan poco benévolo.

La novela en sí, tal y como apunté antes, ha supuesto un golpe mayor e inesperado. Jamás imaginé algo semejante, es cierto. Pensaba que sería algo en la línea de «Las uvas de la ira» pero menos desarrollado, una especie de borrador de lo que sería la que muchos consideran como la obra cumbre de Steinbeck. Pero no. «De ratones y hombres» tiene entidad tal, es tanta su fuerza y su poder para, de nuevo y como nunca, conmover, que en mi opinión supera con creces las otras novelas que he leído del autor estadounidense. Seguro que todo esto es más fruto de mi desconocimiento que de cualquier valoración objetiva y fundamentada, y estoy hasta dispuesto a asumirlo así: que el mayor impacto se produjo, más allá de la indudable calidad de la obra, a causa de los pocos detalles que yo conocía sobre la misma. Vale. Lo importante aquí es que la breve y sencilla historia que nos encontramos cala hondo desde el principio, y eso es incuestionable. Steinbeck vuelve a centrarse en la injusticia social y en las penosas condiciones de muchos trabajadores errantes durante la Gran Depresión, si bien en esta ocasión es la amistad entre los dos personajes principales, George y Lennie, la gran protagonista. Una amistad a priori convenida que poco a poco se va revelando como honesta y enternecedora. El retrato de estos dos personajes, no solo el de Lennie, que por su naturaleza desmesurada sin duda llama más la atención, sino también el contenido y complejo retrato de George, resultan sencillamente magistrales, así como el del resto de personajes que deambulan por la granja en la que ambos amigos dan en trabajar, perfectamente definidos con unas pocas pinceladas. De nuevo la sencillez se erige aquí como una de las armas infalibles de la literatura, aunque es de nuevo necesario no confundirla con una aparente falta de fondo. «De ratones y hombres», pese a su argumento y a sus esquemáticos recursos (es obvio que la novela está planteada como una obra de teatro, en la que cada capítulo discurre en un determinado escenario del que entran y salen los distintos personajes) es una novela profunda y (perdón por repetirme) conmovedora, una rareza para alguien de normal poco dado a emocionarse como yo, solo comparable, quizás, a los sentimientos que hace ya muchos años, y salvando las distancias lógicas de temática y registro, despertó en mí «La sonrisa etrusca» de José Luis Sampedro. Si a todo esto le sumamos uno de los finales más estremecedores que recuerdo haber leído, no cabe duda de que «De ratones y hombres», felizmente hallada, ocupa ya un lugar de honor en mi biblioteca sentimental.

En lo que respecta a la edición ilustrada, solo cabe alabar el trabajo llevado a cabo por Rébecca Dautremer, que casi convierte la novela de Steinbeck en una novela gráfica, sin tener en ningún momento la sensación de estar leyendo una. Difícil de explicar, pero fácilmente entendible para quien se acerque a esta edición. La novela está continuamente soportada por las ilustraciones, se complementa, se integra en un todo, sin que por ello se vea contaminada. Tal es el equilibrio conseguido. En ocasiones, Dautremer se sirve del carácter teatral de la obra para plantear largos diálogos cuajados de movimiento, de minúsculos detalles en los gestos de cada personaje que invitan a releer la secuencia para apreciarlos en su justa medida. Predominan los colores ocres, así como el rojo, el azul y el blanco de la bandera estadounidense. A la caracterización sobria de los personajes añade, siempre que la trama invita a ello, algunas partes de trazo naif que sirven para acentuar la ternura de lo que se cuenta, así como ilustraciones vintage que contextualizan adecuada y muy acertadamente la época. Ambas inclusiones, cada cual a su modo, resultan necesarias para evadirnos momentáneamente de lo claustrofóbicos escenarios en donde se desarrolla la historia. Todo un acierto sin duda, hecho con gran gusto y mejor sentido. Y es que la conexión entre texto e ilustraciones es tal que, como comentaba antes, y con independencia del tipo de dibujo empleado, estas no se limitan a ser una mera comparsa, sino que complementan respetuosamente la narración sin ensuciarla o desvirtuarla. Ese es el gran mérito: algo en lo que sería fácil fracasar, pero que finalmente convierte a esta edición en una verdadera joya.

Con todo lo dicho, es fácil entender que Steinbeck, debidamente respaldado por el maravilloso trabajo de Deutremer, y gracias al buen ojo de Maite, siga estando aquí. Tras la tempestad llega la calma. George y Lennie, queridos para siempre, acompañan ya a Adam y Cal Trask, a la pérfida Cathy, a la familia Joad. Invito a conocerlos a quien así lo quiera. Puedo asegurar que jamás los olvidarán. Yo al menos no lo haré.

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