El túnel

«El túnel», de Ernesto Sabato. Editorial Booket.

Pasé largos periodos de infinita tristeza, allá en Madrid. Yo no era, sin embargo, consciente de esa tristeza, o no al menos en ese momento: me limitaba a sobrevivir a la soledad, a las largas jornadas de trabajo —ocho, nueve, diez, hasta once horas en un día—, seguidas de largos fines de semana carentes, en muchas ocasiones, de cualquier atisbo de contacto humano. Yo no era, pese a todo, consciente de necesitar de ese contacto humano para seguir considerándome a mí mismo como tal. Salía a pasear, me perdía por barrios desconocidos bañados por el sol de la tarde, ese sol particular de ciertos ocasos, ojeaba libros y discos en la FNAC y al cabo de un par de horas regresaba a casa, agotado y ajeno a mi propia tristeza. Seguía siendo humano, aunque un poco menos; seguía participando de ese complejo más o menos estructurado que llamamos sociedad, aunque cada vez me sentía más desvinculado de la realidad oficial, esa por la que parecían deambular el resto de mis congéneres, felices y conformes con su suerte. En cierto modo, era como si transitara a lo largo de un túnel oscuro en cuyo extremo no hubiera luz alguna, un túnel que me despojaba un poco más de mi condición humana a cada nuevo paso que daba en su oquedad densa y pegajosa. Las grandes ciudades se encuentran plagadas de estos túneles, recorridos por seres desvalidos y extraviados que viven al margen de los demás, organizados en vidas paralelas que jamás llegan a tocarse. La ciudad nos devora, acaba con nuestro espíritu a poco que descuidemos la senda.

«El túnel» narra la historia de Juan Pablo Castel, autor confeso del asesinato de María Iribarne (no es spoiler, se menciona en la tercera línea de la novela). Pintor de profesión, se obsesiona con una muchacha que cierto día, durante una exposición, se queda mirando atentamente una de sus obras. A partir de ahí, comienza una búsqueda desesperada de la muchacha en cuestión, María Iribarne, búsqueda que, tras varias idas y venidas, desemboca en una relación tormentosa y enfermiza de trágico final. La novela, brevísima, es un compendio reducido del universo que Sabato supo plasmar de forma inigualable, si bien algo más extensa y desde luego mucho más experimental en sus otras dos obras de ficción: «Sobre héroes y tumbas» y «Abbadón el exterminador». Otro escritor fiel a sí mismo. Existencialismo, soledad, la presencia inabarcable, imperativa y jamás razonada del Mal, su obsesión malsana por los ciegos… Todo eso aparece ya en «El túnel», aunque, si algo hay que destacar por encima del resto, es la devastadora influencia de la soledad sobre el hombre moderno. La locura de Juan Pablo Castel solo se explica, si acaso requiere de explicación, a través de la soledad en que el personaje se halla sumido, aunque jamás se aduce de forma directa a lo largo de la novela. Tan solo se intuye. Soledad. Un largo túnel que el pintor recorre abandonado de sí mismo, y en el que también transcurrió, como dice en un momento de la novela, su infancia, su juventud, toda su vida. La soledad de Juan Pablo Castel, enajenaciones aparte, es la soledad de muchos: en Buenos Aires, en Madrid, en Londres o en Nueva York. Da igual. En todas las ciudades, bajo las luces de neón, se escarban túneles por los que discurren vidas subterráneas sin esperanza, almas desahuciadas condenadas a no encontrarse. Algunos tuvimos la suerte de escapar del túnel. Había luz al final, después de todo. Pero no para Juan Pablo Castel.

Leer «El túnel» fue una de las experiencias más tristes que recuerdo, porque, en cierta manera, me enfrentó a mi propia soledad, ignorada hasta entonces. Solo en ese instante empecé a ser consciente de lo que no quería en mi vida: ni derrota, ni conformismo, ni tan siquiera soledad, aun siendo a veces bien hallada. Todavía hoy, más de diez años después, sigo regresando de vez en cuando a esta novela para recordar las cosas que no deseo. Jamás habría llegado al punto de matar a nadie, por supuesto. Pero sí habría podido seguir recorriendo el mismo túnel, adelante, adelante, para siempre y solo.

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