Fantasmas

País yermo cuajado de Comalas

Los fantasmas caminan por el empedrado. Salen a la luz última de la tarde, musitan tiempos pasados al cobijo de hornacinas de santos marchitos, en voz baja, muy baja, como si temieran un castigo mayor. ¿Oyes sus susurros en el viento? Son palabras que mueven hierba que brota entre las piedras, es rumor de ropas bastas, coplas prendidas de labios agrietados de vuelta de la siembra. Los muros encalados poco a poco se resquebrajan, grietas que avanzan de abajo arriba, inexorables, como un crujido grave y profundo, manando de las entrañas de un tiempo que no para. Ya no suena la campana en el torreón, ni se encienden luces tras ventanas polvorientas, pero hay ojos que te observan desde los cristales, te observan mientras caminas, a ti que te crees solo y ajeno, fuera de espacio. Murmullos de genealogías perdidas cuelgan de tus ropas forasteras, se demoran breves en el objetivo de su pesquisa, se preguntan cuánto te temen, cuánto te requieren, pálidos, fugaces reflejos al acecho de una onza de esperanza. Te devorarán si te detienes, llegarás, desprevenido, confiado, y quedarás de súbito atrapado entre raíces como telas de araña, y ya no saldrás, arrancada de cuajo tu alma por largos dedos de hueso. Así que termina pronto, regresa al mundo, no te detengas, que ya se derrama el tiempo denso de mercurio, que asoma la luna sobre campos de muerte, y los fantasmas, de vuelta a sus nichos de piedra, vacían de madrugada las calles, espantados por ladridos huecos de perro.

Corre. No quieras convertirte en uno de nosotros. O quédate, y ayuda a que perdure nuestra memoria.

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