
No te moverás de este punto. Nunca más. Como un monstruo que teme a la gente alrededor. Lo que hay delante de ti es confuso y oscuro, una puerta cerrada que no te atreves a abrir. A tu espalda, mientras tanto, escuchas el runrún del arrepentimiento, por todas esas malas decisiones que te condujeron hasta aquí, por todos los errores, los tuyos, claro que sí, pero también los de los demás, mucho más determinantes, mucho más peligrosos, porque escapan a nuestro control y cuando menos te lo esperas te explotan en la cara y te ponen tan perdido como si fueras tú quien la ha cagado. Si todo dependiera de ti, solo de ti, la historia sería bien distinta: igual entonces te atreverías a abrir esa puerta. Pero es poco probable. La voz de la experiencia susurra a tu oído palabras de aviso, te previene contra el infortunio: que no te muevas, que no hables, que no mires, ni toques, ni hostias; te dice que tan solo permanezcas, erguido sobre moralejas pasadas, que más vale malo conocido, pájaro en mano, solo, prevenir, que no se te ocurra dar un paso más, te dice la muy hija de puta. Experiencia fallida con ínfulas de sabio. Por su culpa estás aquí, bloqueado; por su culpa jamás sabrás lo que hay detrás de la puerta. Aunque a veces, todavía, te da por pensar, ¿verdad?… Algo así como en segundas oportunidades. Como que del otro lado de la puerta, aguardándote, podría estar la mujer de tu vida: una muchacha clara de amplia sonrisa y buena intención, inteligente y cálida, apasionada y divertida. Lo piensas a menudo, últimamente. Siempre soñaste con algo así, pero tu mala cabeza lo volvía todo pesadilla. Aquel viaje al que rechazaste ir, por ejemplo. Habría sido La Ocasión Perfecta, así, con mayúsculas. Ahora lo piensas, aunque por aquel entonces no lo viste de ese modo… Teresa se llamaba. Amiga de amigos. La dejaste escapar. Ni siquiera eso, porque jamás llegaste a retenerla. Diste la vuelta antes de empezar y erraste los pasos en otras direcciones. Ahora, quién sabe por qué, podría estar esperándote detrás de la puerta, aun sin pretenderlo: pasaba por aquí y fíjate qué casualidad; sí, ya sé que nunca me llegaste a conocer, yo a ti sí, te tenía fichada, pero te dejé escapar porque esta mierda de conciencia catastrófica que tengo me sugirió que no eras una buena idea. Ahora me arrepiento, ¿sabes? Estuve esperando detrás de esa puerta una eternidad, perdí demasiado tiempo sumido en la incertidumbre, pero todavía nos queda algo de margen……… Sí, sería bonito. Teresa dignándose a escucharte, Teresa dándote la oportunidad que tú os negaste. Qué lástima que no te atrevas a moverte de aquí, qué pena de vida que pasa, de aventuras en busca de otros héroes, de recuerdos en estado embrionario. La experiencia inmunda se atreve todavía a aconsejarte: al final te rompería el corazón, te dice, que amar es sufrimiento, que tú no has sabido amar en tu puta vida, así que no mereces que nadie te ame. Teresa, María, Claudia, Cristina, da igual el nombre; rubias, morenas, pelirrojas, de buen talante o aburridas de esperar algo mejor. Cualquiera de ellas te aniquilaría. Sin pensarlo. Todo eso te dice. Es por su mala cabeza, puta experiencia que ni come ni deja comer, que te ves así, incapaz de tomar una decisión. No quisiste entender que la experiencia te machaca, pero nada te enseña: a quedarte parado nada más, a tener miedo de tu propia sombra, a dar por buena esta nada estática y hueca. ¿Cuántas ocasiones estás dejando escapar entretanto? ¿Cuánta vida, cuánta aventura, cuánto recuerdo que recordar mañana? ¿No serás tú quien se aburrió de esperar algo mejor? ¿No es cierto que te conformarías con lo primero que descubrieras del otro lado de la puerta? Rubias, morenas, pelirrojas, da igual… Ya no puedes aspirar a nada más. Ensayas algo parecido a la resistencia no violenta, pero en vulgar: ni buscas ni te cierras a nada. Solo esperas, clavado en este lugar. Teresa lo habría cambiado todo, pero no abriste esa otra puerta, cobarde, cagarro, mierda seca. Ahora no hay solución. Ahora, me temo, te toca pagar. Escríbelo si quieres a modo de herencia para los hijos y los nietos que no tendrás, úsalo más bien de epitafio para ese crío que dejaste de ser… ¿Te acuerdas? Ese al que traicionaste, ese muchachito lleno de ilusiones, inocente, esperanzado, que quería convertirse en alguien respetable y que ahora, a poco que tuviera oportunidad, se avergonzaría al encontrarse con el hombre en que ha acabado convirtiéndose. Hombre maduro y experimentado, sí señor, pies de plomo, mente fría. Tu experiencia de experiencias te comerá hasta los huesos y te dejará con el alma en cueros, aquí, detenido en mitad de la duda perpetua. Entretanto puedes seguir mirando la puerta que no abrirás; puedes seguir lamentándote de errores que ni siquiera recuerdas, olvidarte de ti mismo, esperar, tan solo esperar. Ya va quedando menos para que esto acabe. La vida pasa para todos, incluso para aquellos que no viven. Así que despídete si quieres: adiós a las oportunidades, adiós al nudo en el estómago, adiós al vértigo. Adiós también a ti, Teresa, si es que estás ahí detrás. Pasa de largo y vive, vive tú que puedes.