Guerra y paz

«Guerra y paz», de Lev Tolstói. Traducción directa del ruso de Lydia Kúper para El Aleph Editores.

Las horas lánguidas de Madrid… ¡Cómo olvidarlas! Poco a poco iba saliendo del túnel, de mi parálisis permanente, pero aún quedaba mucho por hacer, muchas horas muertas que llenar. Dostoievski me había mostrado el camino hacía un tiempo: suprimió a base de palabras y maestría ese escepticismo infundado que yo, vaya usted a saber por qué causa, guardaba hacia la novela en general y hacia su capacidad para estimularme/sorprenderme en particular. Eso ya está escrito en otro lugar; no vale la pena ahondar más en la herida. Ahora había adquirido cierto rodaje gracias a Dmitri, Iván y Aliosha; gracias a sus trifulcas familiares me había familiarizado con el alma rusa y esa manera insuperable de contar historias, así que me veía fuerte para asumir nuevos y similares retos. Y es que tras las largas sesiones de «Los hermanos Karamázov», contra todo pronóstico a parecer de cualquier jovenzuelo ávido de inmediatez, se me había vuelto a inocular bajo la piel el placer de la lectura, perdido completamente durante mi larga fase de… llamémoslo anodinia. El caso es que leer a Dostoievski me dejó con más ganas de ladrillo, y puestos a echarme uno de proporciones adecuadas, qué mejor que adentrarme en el universo del otro gran referente de la literatura rusa: Tólstoi y su inconmensurable «Guerra y paz». Como me sucediera con Dostoievski, mejor que decidirme por semejante mamotreto (casi dos mil páginas) podría haberme decantado quizás por cualquiera de sus otras dos obras de referencia, «Ana Karénina» o «La muerte de Iván Ilich», pero apliqué la misma regla de tres ridícula y suicida que de pequeño aplicaba en el parque de atracciones: si primero te subes en la atracción más peligrosa, esa que te lleva más arriba, esa que te zarandea más, que te pone del derecho y del revés a treinta metros de altura y te menea todos los órganos internos, entonces no habrá montaña rusa o atracción semejante que pueda intimidarte después.

Algo así me sucedió, en efecto, con «Guerra y paz». Ninguna de las obras del genio ruso que me he leído con posterioridad me ha impactado tanto como esta. Ni la adúltera Ana ni el moribundo Iván; ni siquiera el caudillo Hadji. Me quedo con Pierre; me quedo con Andréi; me quedo, sobre todo, con Natasha. Ellos son los actores principales, claro está, pero cualquiera que escojamos de la larga lista de personajes que desfilan por la novela, por este o por aquel rasgo, resulta inolvidable. Ese es uno de los méritos de Tólstoi. Y no solo a la hora de caracterizar a los distintos protagonistas: su maestría a la hora de describir tipos, ambientes y situaciones de diversa índole se extiende desde los coquetos salones de la alta sociedad moscovita, en donde no hay lugar para el sufrimiento ni las preocupaciones que atosigan al mundo de fuera, hasta los campos de batalla de Austerlitz o Borodinó, por no hablar de la toma de Moscú por el ejército de Napoleón, todo ello narrado con la misma sencillez asombrosa con que se describe, por poner un ejemplo, al oficial Denísov, uno de los personajes secundarios a los que le guardo más cariño. En la prosa de Tólstoi no hay rastro de la intensa narrativa de Dostoievski, no está esa psicología profunda y a veces tortuosa de los personajes, ni tampoco parecemos hallar ese calado existencial que caracteriza la obra de este último. Al menos a priori. Porque, resultando sin duda mucho más liviano que su rival en la lucha por el trono de la literatura rusa, podemos asegurar, sin embargo, que la obra de Tólstoi es igualmente profunda, inigualable en su poliédrica y coral exposición de la naturaleza humana y del destino de los pueblos (maravillosa la larga disertación que sobre este asunto se hace en el epílogo). A lo largo de la novela uno tiene ocasión de empatizar con personajes a los que más adelante, por uno u otro motivo, se les coge decidida tirria, para unos pocos centenares de páginas después volver a acercarse a los mismos con ojos más benévolos. No son retratos planos los que Tólstoi hace, son semblanzas vivas, seres humanos que se debaten entre el amor y el deber, el honor y la vergüenza, el valor y el miedo. En este sentido, es probablemente el personaje de Nikolái Rostov quien más sentimientos encontrados puede llegar a producirnos (también su hermanita Natasha, cómo no), aunque la regla expuesta podría aplicarse a muchos otros, como por ejemplo Pierre Bezújov, tan apocado el pobre, tan panoli, que hasta que se le coge cariño uno sería capaz de estar corriéndolo a capones durante días enteros. Del lado de la guerra, de nuevo, hay que poner en valor las soberbias descripciones de los distintos campos de batalla, de las estrategias seguidas por uno y otro bando, del dramático desarrollo de la contienda y las no menos dramáticas consecuencias, de manera tal que uno no pierde detalle de lo que está sucediendo en ningún momento, sin resultar jamás empachoso, cargante, enrevesado o aburrido. Es, otra vez, el mérito de la sencillez más absoluta. No confundir con ligereza.

Todavía en mi pequeño estudio de Conde de Serrallo, a la luz cálida y polvorienta de largas mañanas de primavera, devoré las dos mil páginas de «Guerra y paz» en cuestión de dos meses. Recuerdo que empecé a leer el libro casi a la vez que una compañera de oficina, y cuando ella todavía no había empezado el largo episodio de Austerlitz yo ya me había terminado el libro entero. Ventajas de la soledad, supongo. Síntomas de que mi larga convalecencia intelectual empezaba ya a ser historia. Brotes verdes si se prefiere. El caso es que subir a semejante montaña rusa tuvo finalmente mil ventajas y un solo inconveniente: el hecho constatado, y han pasado ya más de diez años, de que seguramente no leeré jamás nada mejor que esto. Es cierto. Puedo decir sin rubor que «Guerra y paz» es la mejor novela que he leído en toda mi vida: la de mayor calidad, la de mayor calado, también la de mejor y más feliz recuerdo. Por supuesto he leído con posterioridad obras enormes, novelas que me han dejado con una sensación espléndida, comparable a la que «Guerra y paz» me dejó en su día. Pero les falta algo, un no sé qué, un qué sé yo, un plus inefable que hace que todo esté un peldaño por debajo de esta novela monumental. Hablábamos hace poco del Realismo y de la genialidad de muchos de sus representantes más destacados. Pues bien: para mí, aun practicando un dominio idéntico de la sencillez, del «hágase fácil lo que de primeras podría resultar imposible», Tólstoi está a la cabeza de todos ellos, acaso seguido muy de cerca por Dostoievski. Tanto monta. Estos tipos eran auténticos genios, cada uno en su estilo. Nadie sabrá jamás plasmar el mundo de la manera en que ellos lo hicieron. Nadie. Superar esto es algo sencillamente imposible, y es de justicia que así sea.

En lo referente a la valiosa y preciosa edición que propició mi encuentro con Tólstoi, solo tengo palabras de elogio hacia la labor realizada en la traducción por Lydia Kúper y el mimo y cariño que se nota que Mario Muchnik y su equipo de El Aleph pusieron en esta edición. También algo que, desconociendo como desconozco cómo serán otras ediciones que hay en el mercado, me aventuro a asegurar que es probablemente insuperable. Para mí, desde luego, es una auténtica joya, que, considero, debería estar disponible en los estantes de todas las librerías, mucho más que cualquiera de las recurrentes ediciones de bolsillo, tomadas por lo general de traducciones previas al francés, o que esas otras ediciones que tiran del manuscrito original de Tolstói y que difieren tanto de la versión definitiva en la que este trabajó posteriormente, confundiendo más que ayudando. Sea como sea, «Guerra y paz», esta «Guerra y paz», jamás dejará de ocupar en mi biblioteca un lugar privilegiado. Y es que no todos los días se topa uno con algo semejante: nada menos que la vida en palabras, presta a sacudirme de una vez para siempre de mi anodinia, parálisis permanente, convalecencia intelectual, o comoquiera que me salga llamarlo, que ya va bien así.

Dostoievski abrió el camino, y Tólstoi, el bueno de Tólstoi, lo allanó de aquí al infinito.

Gracias a los dos.

Un comentario en “Guerra y paz

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