
En la negrura densa del sureste hay puertas cerradas, ventanas ciegas en medio de muros encalados. La casa sola se alza desde la infancia, arrinconada, visitada de cuando en cuando, sueños recurrentes, umbral jamás traspasado. Te detienes una vez más ante la puerta, sientes el mismo nudo en el alma, pasas de largo, miras hacia atrás, volverás, alguna noche volverás, diciéndote, por absurda voluntad ajena, volverás a plantarte delante de la misma puerta.
En noches de luna nueva se oyen gritos rotos entre aullidos de perro. Son terrores viejos, fantasmas saliendo al encuentro. Siempre estuvieron ahí, acechando, alimentándose de tus miedos de niño, a salvo tras los muros encalados. Bob retrepándose a los pies de tu cama, ¿recuerdas?, Laura Palmer susurrando al oído con dientes manchados de sangre, y Miriam, y Toñi, y Desireé, mártires precoces de ojos inertes debajo de la alfombra, miradas extinguidas poco después de una tarde de viernes aciaga, realidad descompuesta, en voces, en fragmentos improbables. ¿Recuerdas? Todo eso forma parte de ti, te persigue, te reclama. Sus vidas se deciden en habitaciones cerradas, no puedes llegar allí, solo oyes sus gritos, un paso más allá de lo prudente, pobre crío expuesto de más, sus gritos, clamando siempre, el Mal, reptando libre por campos teñidos de sombra.
Hay otras estancias en la casa sola. Junto a la habitación de sangre, pruebas forenses, restos animales, allá, subiendo la escalera, debe de haber un dormitorio de mantas revueltas, mantas con olor a sueño bajo las cuales un bulto se contrae en posición fetal, escuchando el silencio: madrugada, llaves que giran en la cerradura, pasos por el pasillo, voces, rumores amortiguados en la habitación grande, un hombre, una mujer discutiendo, ¿de quién es la culpa? Luego, otra vez silencio. Muelles que crujen, ronquidos. La culpa cae sobre las mantas como rocío, caen hasta la primera luz del alba. ¿Recuerdas? Duermevela, apuntar los problemas sobre las sábanas, cuando ya solo se oía una voz de mujer, sollozos de madrugada, resolver, resolver problemas ajenos, de eso se trataba, unos que salen, otros que entran, canciones prohibidas tronando entre las cuatro paredes blancas. Problemas. Problemas derramándose como una plaga por las estancias.
Contemplas la casa sola en la llanura densa del sureste. Otra vez. Otra noche, en otro sueño. Tampoco entrarás. Hoy no. Sabes lo que te espera, ignoras lo que encontrarás. Es el miedo a lo desconocido, casi tan poderoso como el miedo asimilado. Flotaba en tardes largas de fin de semana, ¿recuerdas? Dibujabas a los pies de la cama, historias de héroes y villanos, bolígrafo negro, mientras el mundo rodaba allá fuera, preparándose, acicalándose de maldad y sordidez para la noche. Tú no le pertenecías, vivías al margen, al margen del mundo, en tu camarote de cachivaches lustrosos y antiguos, mapas, y brújulas, y catalejos, y cofres de tesoros inventados, imaginando aventuras lejos de la llanura densa del sureste. Había otras noches, sí, otras vidas. Soñabas, creías, te alzabas sobre el miedo. Que no todo estaba escrito, rumiabas sin pensar, casi por instinto, que había un mundo abierto de aire fresco que colmaba los pulmones, un mundo por descubrir, lejos, muy lejos del sufrimiento. Fuera, fuera de la casa sola.
¿Recuerdas?
Esta es la casa, la casa en la que has vivido. Ahora vive en ti.
¡¡¡Excepcional!!!
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Muchísimas gracias Ana
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