
De Héroes o del Último. Debate absurdo y periférico, pero al que todos nos prestábamos aun cuando ninguno de los dos grupos seguía ya en activo. Yo me declaraba del Último y blablablá. Luego estaba El espíritu del vino. Excepción que confirmaba la regla, álbum complejo, excesivo, al que me había entregado primero con reservas y, después, con febril devoción. No había más Héroes. No hacía falta más existiendo ese disco. ¿Para qué? Mi soberbia en tales asuntos se equiparaba a la de aquellos que, más puestos en la discografía del grupo, se permitían mirar por encima del hombro a cualquiera que osara discutir su supremacía. ¿Algo mejor que Héroes? ¿El Último, en serio? Gilipollas sin ninguna idea de nada. Los Héroes tenían contundencia, carisma, calidad, y esas letras. ¡Las letras, claro! Ser seguidor de un grupo con tales letras, crípticas, incomprensibles, sin demasiado sentido en muchas ocasiones, daba sin lugar a dudas un caché impagable a post-adolescentes que, más allá de creer con firmeza que no había nada mejor que Héroes sobre la faz de la Tierra, no tenían, tampoco, ni puta idea de nada.
Pero en eso consistía la gracia. En comportarnos con total impunidad como ignorantes envanecidos. Es, de hecho, lo bueno de ser joven: que muchos de nuestros actos quedan disculpados con el paso del tiempo.
Yo jugando con mi hermano, todavía de niño, a imitar a los Héroes del vídeo de Nuestros nombres por el pasillo de casa. Primer contacto. Pose chulesca, rollo de papel higiénico haciendo las veces de bola de cristal que chorreaba agua, cruces desafiantes a la altura de la ventana o la puerta de la salita. ¡Hey! Cutreces premeditadas, risas, vuelta a empezar. Valdivia tocaba la guitarra abierto de piernas encima de la máquina de coser. Por entonces, claro está, no los tomaba en serio, ni a ellos ni a prácticamente nada que no fuera yo mismo. A veces, por desgracia, sigue pasando. A todos pasa, quiero pensar.
Disculpado.
Ángel, Flow y yo cantando con milimétrica precisión Bendecida 2. Yo hacía los coros. Umbaauuuuuuuuu-umbaaaaaaaaaau. Umbauuuuuuuuuuuuu-uuuuuuu-uuuuu. Etcétera. Nos grabábamos en cintas de casete que se perdieron en algún momento de la vida. Cantábamos Héroes, y también Serrat, aunque Ángel no se supiera ninguna de este. Manolo García. Hasta alguna de Triana. Todo eso se perdió. Nos creíamos buenos.
Disculpados.
Las glándulas lascivas declarándonos culpables en el Dónde Vamos. Cerveza a veces, luz de Tetris. Con doscientas pesetas echábamos la noche. Al final terminaron echándonos a nosotros.
Disculpados.
Bendecida la causa de nuestra fortuna, fortuna efímera en la penumbra del Eternity. Rojo, verde, blanco, los baños anegados al fondo. Nosotros impunes, nosotros desharrapados, chupitos y vómito en el callejón.
Disculpados.
Y yo callando siempre, callando en alto antes de huir, intentando ser fiel a la conciencia, poseído de infiernos. La apariencia no es sincera. Era sin duda mi favorita. La más larga, la más intrincada, caché sobre caché, categoría.
Disculpado.
Nos reafirmábamos y rebatíamos así, cada fin de semana. Era nuestro particular camino del exceso. Jóvenes, ignorantes, soberbios.
Todavía escucho nuestras vidas en la memoria y nos disculpo, sonriendo.
Hay discos que provocan eso.