La piel del lobo (culpables placeres de infancia)

El sonido se hace imagen, la imagen se transforma en sonido, cuarenta principales y fuera el mundo que gira más perezoso, recreándose en la incertidumbre del fin de semana, una casa deshabitada, misa oscura en su interior, imágenes en azul y negro, los gatos no maullarán, coros sinuosos emplazándote al espectáculo vedado del viernes noche, ¿qué es lo que pasó?, preguntándote, sí, qué pasará por las calles húmedas, qué enigmas más allá de los montes que delimitan el microcosmos, qué diablos con la vida, la vida todavía ajena, la vida discurriendo tras el cristal del televisor compañero fiel de las tardes y las noches, no toques la piel del lobo, no sigas su rastro animal, y del otro lado tu cuerpo rechoncho de piernas cortas y doloridas, sendero de plata y oro, siempre doloridas por un estirón que no termina de arrancar, aplazando la emoción propia e intensa de las horas muertas, tú caerás, tú caerás en la trampa mortal, divertimentos sacrificados por el bolígrafo y la libreta, por las viñetas apretadas y los planes de lunes a viernes, esas escenas inventadas, esas escenas acaso presentidas con que alimentar el ego incipiente, demostrar, impresionar, coqueteos con la sordidez, Twin Peaks y Alcàsser, la madre que trabaja hasta la madrugada, las luces de los comercios reflejándose en las aceras cuando te asomas a la ventana, porque somos ¿verdad?, somos hijos de los noventa, el lado oscuro, el drama que nos hace más interesantes, ya a los doce años lo intuyes, no busques la compasión, lo dice ese tipo con greñas que canta en la tele, ya no se regala nada, lo sugieren las imágenes borrosas que se mezclan con otros anhelos a las puertas del sueño o la pesadilla, no sirve pedir perdón, lo dirán las caras asombradas de los compañeros de colegio, al probar, al probar el negocio de Dios, el lunes sin falta, claro, cuando el fin de semana sea un recuerdo de tiempo desperdiciado y el mundo de fuera, el mundo ajeno, recobre la normalidad cíclica que lo encamina con firme cadencia hacia un nuevo lapso de expectativas y catástrofes.

Y la música que sigue sonando. Pasa el tiempo, pasan las vidas, y la música sigue sonando allá, en aquel pequeño reducto de infancia al que siempre siempre regreso.

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