Lugares comunes del todo intransferibles

¿Recuerdas? A la hora prevista imprevista, dependiendo de la carga y la responsabilidad, ¿te suena? Ahora es cuando suelo terminar, cierro pantalla y soy todo tuyo. Para engatusarme y llevarme a dar una vuelta al ruedo sueco, para vegetar en el sofá (no sueco, sueco no, por encima de mi cadáver ibérico), para darle una vuelta longitudinal al paseo, izquierda derecha, derecha izquierda, mar oscuro, los chiringuitos careros que no nos quieren poner un mantel si solo vamos a tomar un espeto, o para ir a La Térmica a ver alguna exposición cuyo entendimiento pase por tener gafas de pasta, y luego, ya que estamos, pararnos a tomar una cerveza a medio camino mientras cae la noche, y ya que seguimos estando pues jugárnosla en algún nuevo restaurante gastrobar italo-gaditano-georgiano-japonés, cenar, mucho o poco, mucho normalmente, lo de costumbre, cerveza, vino, acaso una copa si el ánimo acompaña, buena conversación, por supuesto, como siempre, yo despotricando, abominando, escandalizando, como siempre, maniqueo y contento de serlo, y tú mientras sonriendo, rebatiendo, negando de un lado a otro con la cabeza y una media sonrisa disuasoria y encantadora. Sabes de lo que hablo, ¿verdad? Eso si saliéramos a la calle, de acuerdo. Porque también podríamos quedarnos en casa, la nueva casa vieja de disgustos y terrores, no está tan mal, vivimos bien, hasta vale la pena tener que dar la vuelta al ruedo sueco, de vez en cuando solo, eso sí, pero ese no es el tema, la cuestión es que nos quedaríamos en casa, mejor, sí, y perpetraríamos nuevas decoraciones, infinitas combinaciones, muebles, composiciones, más cuadros, los que hagan falta, haríamos tiempo así y acabaríamos aplazándolo todo indefinidamente, hora de cenar, anda que no, una ensaladita dirías con sorna, una pizza mejor, diría yo, que para eso es viernes, o no, de mejor nada, es innegociable: pizza y vino sí o sí, es lo que hay, y luego si tú quisieras o si yo quisiera o si quisiéramos los dos pues una película, o una serie de esas que confesamos ver con desvergonzada vergüenza, ¿no crees?, ¿me oyes?, Quintero acabará ahogándose algún día en mitad de alguna de sus frases interminables, qué pulmones que se gasta el actor, bueno pues así hasta que nos quedáramos dormidos uno encima del otro en el sofá no sueco, sueco no, de Francis Román ni más ni menos, ojito, y ya de madrugada despertaríamos y nos iríamos con ojos de chino triste a la cama, ceño fruncido, mentón en alto, contrariados y con principio incipiente de resaca. También te suena todo eso, ¿verdad? Es nuestra vida a fin de cuentas, nuestra vida de ahora que no está nada mal. Aunque también podríamos volver a los orígenes de cuando en cuando, ¿no crees?, quizás algún día, quizás hoy si estuvieras aquí conmigo, podríamos hacer una excepción, quedarnos en casa, vale, pero apagar la tele y poner un disco bajito, de alguno de esos grupos raros de los que igual te ha hablado alguna vez pero que ya ni siquiera yo me acuerdo, mucho menos tú, memoria de pez, lo pondríamos bajito y yo te contaría cómo carajos conocí a esa gentuza, y tú me dirías que te gusta, siempre te gusta, por convicción o porque quieres que me ponga contento, como si hubiera descubierto la piedra filosofal o hubiese inventado la guitarra como parece que hizo Rosalía hace tres años, solíamos hacerlo mucho al principio, ¿te acuerdas?, en Málaga con la ventana abierta al fresco de la noche y una copa de vino en la mano, en Toledo con el frío de la meseta golpeando los cristales cerrados, daba igual, eran nuestras noches de largo y yo me sentía el tipo más afortunado, como hoy cuando estás y nos quedamos tiesos de sueño tirados uno encima del otro, y no hay manera de ponernos al día con ninguna serie ni con nada. Aun así, quizás la semana que viene sea buen momento para retomar buenas costumbres. Lo importante es que estés aquí, que no me quede a solas con mi aburrimiento, que los fines de semana sin ti, desiertos y en blanco, se hacen siempre demasiado largos.

En dos días nos vemos.

Ya sabes, te quiero.

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